Su decisión sin precedentes de acudir como subordinada de Giorgia Meloni a la contracumbre para hablar de inmigración, contraprogramando al Consejo Europeo del día siguiente rodeada de los lideres más anticomunitarios disponibles, declara directamente el estado de alarma

Más vale prevenir que curar así que alguien tiene que decirlo ya. Tenemos un problema en la Comisión Europea y se llama Ursula von der Leyen. Tras unas elecciones europeas de junio donde el proyecto comunitario estuvo en serio riesgo de sufrir una derrota histórica a manos de sus incontables enemigos, internos y externos, necesitamos en Bruselas un liderazgo firme, con criterio, compromiso europeo y capacidad para mantener y renovar la coalición que empuja desde hace siete décadas el mayor esfuerzo de cooperación producido por la humanidad. Tenemos todo lo contrario, o eso parece ahora mismo.

Ya durante la campaña de junio la presidenta y candidata Von der Leyen emitió preocupantes señales de debilidad y falta de criterio al abrir la puerta a un acuerdo con la extrema derecha, justo cuando las señales de división interna de los ultras se multiplicaban y las encuestas alejaban la posibilidad de que se convirtieran en la segunda fuerza en el Parlamento Europeo. Ni necesitaba responder a sus críticas porque andaban muy ocupados peleándose entre ellos por las migajas, ni iba a necesitar sus votos. El proceso posterior de selección de la nueva Comisión tampoco ayudó a espantar las dudas y renovar el optimismo en su sentido de la orientación.

La demencial propuesta italiana de construir campos de detención en países no comunitarios con la promesa de hacerlos comunitarios, contraria a las propuestas de los votos que la hicieron presidenta, a los valores comunitarios y, sobre todo, al derecho comunitario, validada por Von der Leyen al calificarla de solución alternativa e innovadora hizo sonar de nuevo todas las alarmas; además de plantearse la necesidad de regalarle una suscripción al canal Historia, para que compruebe lo innovador que resulta encerrar a la gente en campos en lugares alejados desde donde no lleguen sus gritos.

Su decisión sin precedentes de acudir como subordinada de Giorgia Meloni a la contracumbre para hablar de inmigración, contraprogramando al Consejo Europeo del día siguiente rodeada de los líderes más anticomunitarios disponibles, declara directamente el estado de alarma. El ridículo mundial de apuntarse a la ‘melonización’ justo el día que ni los tribunales italianos la avalan y la costosa operación de mandar a Albania a 16 migrantes remata con todos de vuelta en Italia ayuda a pasar el trago, pero no resuelve el problema ni aleja el peligro. 

En el año en que las entradas ilegales han bajado un 47%, la presidenta de la Comisión Europea le ha abierto la puerta de las instituciones comunitarias y le ha traspasado la legitimidad de la propia Comisión a Georgia Meloni y todos los países que quieren hacer saltar por los aires el pacto migratorio, que es insuficiente e ineficiente, pero es lo que tenemos. Les ha comprado la retórica, las políticas y las formas. Europa está rota y únicamente ellos pueden arreglarla desde fuera.

Si lo ha hecho porque quiere atraerse a la premier italiana y ahondar en las grietas de la extrema derecha no es la presidenta que nos hace falta porque nos urge alguien inteligente. Si lo ha hecho porque cree que el discurso y las soluciones inútiles y caras de la extrema derecha son lo que representa el sentir mayoritario de los europeos y las europeas no es la presidenta que necesitamos porque nos urge alguien con criterio. Si lo ha hecho porque en el fondo en lo que cree y Meloni le ha dado la excusa para decirlo sin complejos, no es la presidenta que merece Europa.