Solo garantizaremos el derecho a la vivienda si tiramos al fondo del agua la llave del racismo, esa que cierra nuestras mentes y abre las puertas que permiten a rentistas, especuladores, desokupas y medios entrar y robarnos un derecho básico

Una gran manifestación recorre Madrid para reivindicar que “la vivienda no es un negocio”

En uno de los memes más populares de Internet en los últimos años se ve a una mujer en una piscina jugando con una niña, ambas felices. Al lado, otra pequeña llora y se ahoga sin que las otras se percaten. En la versión ampliada del meme, en el fondo de la piscina, hay un cuerpo sentado convertido en esqueleto por el paso del tiempo.

En la situación actual de la vivienda en España, la mujer que juega es el Gobierno y la niña aupada y feliz son los rentistas y los fondos que han convertido el derecho a la vivienda en un negocio lucrativo. Mientras, la niña que llora ahogándose lentamente es la clase trabajadora española y blanca forzada a pagar cifras astronómicas por zulos minúsculos, a recibir ayuda de familiares para la entrada de un piso, a vivir a kilómetros del trabajo o la escuela porque no se pueden permitir estar más cerca… Y así con todas las demandas que han sacado a miles y miles de personas en toda España por el derecho a la vivienda.

Y en el fondo del agua, con el cuerpo convertido en huesos por el paso del agua y el racismo, se encuentran las personas racializadas y migrantes. A los problemas enumerados anteriormente se suman una ristra de discriminaciones inabarcable: pisos que se esfuman en cuanto el acento o el aspecto les delatan porque para los caseros son sinónimo de impagos, criminalidad y problemas de convivencia; una lista de garantías y requisitos imposibles de cumplir si no cobras 6.000 euros al mes; un abuso continuo porque los caseros saben que las personas migrantes tienen menos herramientas y redes para defenderse; los bulos que señalan y los desokupas que ejecutan porque estos, antes de matones inmobiliarios, eran racistas… y un largo etcétera.

En 2018 Helena Beunza, en aquel momento secretaria general de Vivienda del Gobierno de Pedro Sánchez, daba en una entrevista en elDiario.es el siguiente titular: “Se van a prohibir las actitudes racistas en los anuncios de alquiler. Es inadmisible”. En esa época ya había noticias, reportajes e historias sobre los anuncios y las tretas racistas de los caseros para deshacerse de potenciales inquilinos racializados y migrantes. El Gobierno tenía (y tiene) a mano los sucesivos informes de Provivienda y otras entidades sobre la discriminación racial inmobiliaria. Pero nunca se supo nada más porque siempre es la última de las prioridades.

En mis charlas siempre bromeo con que las personas racializadas y migrantes ni siquiera tenemos el “privilegio” de que nos timen con el precio del alquiler porque caemos mucho antes de llegar a ese punto. Bromas aparte, y como esto no se trata de repartir las migajas, sino de tirar desde abajo hacia arriba sin dejar a nadie atrás, es esperanzador ver cómo la lucha por la vivienda trata de ser lo más amplia posible en sus demandas.

Inspira ver cómo muchas de las que acudieron a la manifestación del 13 de octubre son de las comunidades racializadas y migrantes que desde hace tiempo están al frente y al lado de la defensa de este derecho. La Plataforma de Afectadas por la Hipoteca (PAH) fue iniciada por mujeres migrantes latinoamericanas como Aida Quinatoa. Muchas de las familias que resisten cada día a los desahucios y a los desokupas son de raíces migrantes. El Sindicato de Inquilinas de Madrid impulsa la campaña #ElRentismoEsRacismo para mostrar cómo ambas van estrechamente ligadas.

Todas ellas han entendido que solo se podrá garantizar el derecho a la vivienda si tiramos al fondo del agua la llave del racismo, esa que cierra nuestras mentes y abre las puertas que permiten a rentistas, especuladores, desokupas y medios de comunicación entrar y robarnos un derecho básico.

Prestando atención a las demandas antirracistas, viendo los barrios trabajadores como territorios abusados a distintos niveles por los mismos poderes, evitar señalarnos entre comunidades y mirar hacia Gobiernos, especuladores y rentistas será la mejor garantía para acabar con el problema de la vivienda. La llave del racismo está en nuestras manos y de una sociedad antirracista depende que se tire definitivamente al fondo del agua.