Anna y Mar son dos de las 70 personas en riesgo de exclusión social a las que la Fundación Dádoris paga los estudios; a cambio, a los becados se les pide trabajo voluntario y se les anima a devolver el favor cuando tengan una mejor situación personal

Juan Manuel Moreno y Lucas Gortazar: “Vivimos un retroceso, el proyecto de la educación universal está bajo asedio”

La vida de Anna se empezó a derrumbar cuando tenía tres años. Su madre y su abuelo murieron, su padre se marchó para no volver, y ella y su hermano quedaron al cuidado de su abuela. Empezaba una “mala racha” que duraría casi una década. Pero a Anna las ansias por aprender le habían acompañado desde que nació. Su ilusión por los estudios lo impregnaba todo y volcarse en ellos le servía de “vía de escape”. Estudiante excelente, también sentía que las (buenas) notas eran una manera de ver recompensado su esfuerzo. Sin embargo, cuando estaba a las puertas de la universidad comenzó a sentir que la magnitud de su empeño no iba a ser correspondido “por parte del Estado, por la sociedad”, y la frustración creció en ella.

Mar, alumna también excelente, se encontraba en la misma etapa educativa cuando comenzó a asumir, también desde la frustración, que, si quería ir a la universidad y cumplir su sueño de estudiar Derecho, tendría que hacer la carrera en más años de los habituales. Debido a la situación económica de su familia, encabezada únicamente por su madre, se vería obligada a trabajar a la vez que cursaba el grado para poder contribuir en casa.

Anna y Mar forman parte de esas estadísticas que dibujan un periplo educativo como una carrera de obstáculos para las personas nacidas en una familia humilde en España. Anna y Mar, dicen los datos, partían, de base, con un 48,8% de posibilidades de repetir curso entre Primaria y Secundaria. El riesgo que tenían de acabar abandonando los estudios se encontraba entre el 20 y el 40%. Son dos de ese 30% de los jóvenes que van a la universidad, pero no tienen ningún progenitor con un empleo “de prestigio y bien remunerado” y podrían haber formado parte de ese 15% de universitarios que trabaja mientras estudia. Obtener el título les podría haber llegado a costar hasta tres veces más que a un compañero acomodado, según las estadísticas.

Por eso la abuela de Anna, a la que admira profundamente debido a su “tesón” y la madre de Mar, que tuvo que sacar adelante a sus hijos como madre soltera, sintieron que las cosas comenzaron a aliviarse cuando una fundación, en ese momento desconocida para ellas, llegó a sus vidas para asumir por completo y con creces los gastos universitarios de las jóvenes: la Fundación Dádoris.

“Creamos Dádoris debido a un doble factor: primero, somos personas a las que la vida nos ha tratado bien. Los 25 fundadores hemos podido progresar en nuestras carreras. Era un tema, primero, de gratitud. El segundo factor tenía que ver con que todos teníamos interés en que ciertos valores no se perdieran. Sentimos que la sociedad no debería dejar de valorar la importancia del talento, la necesidad del esfuerzo, y la generosidad”, cuenta Pedro Alonso Gil, presidente de la fundación.

Afirma Gil que, si bien actualmente buena parte de la opinión pública presenta una visión crítica respecto a la meritocracia, pues “no funciona perfectamente y hay personas que toman muchos atajos infames”, para otras “no hay alternativa”: “Para ellos, de momento, ese es el único camino. Los que tienen relaciones personales encuentran otros. El tío de tal, que es amigo de… Pero estos otros jóvenes no tienen ese agarradero”.

Llevar a la práctica el concepto de “cadena de favores”

La premisa de su iniciativa, que inició en 2018, era la siguiente: buscar a estudiantes “brillantes”, pero con severos problemas para poder continuar con éxito sus estudios, para, gracias a la ayuda de mecenas y de voluntarios que sostendrían el proyecto, asegurarles holgadamente unos buenos estudios universitarios. Como la fundación no tendría plantilla a la que pagar –las personas implicadas trabajarían de forma voluntaria–, ni necesidad de invertir en administración o marketing, todo el dinero invertido en Dádoris iría íntegramente a estos alumnos.

También decidieron que no obtendrían recursos públicos de ningún tipo y que el 100% de sus ingresos provendrían de la sociedad civil. Ninguna de las donaciones de las diferentes personas físicas o jurídicas implicadas podría representar más de un 7%-8% del total de los fondos para poder así garantizar ser independientes y la estabilidad del proyecto –que la retirada de un patrocinador no tumbase el proyecto–. Así fue: el primer año eran unos pocos voluntarios, alrededor de 30 donantes, y cinco alumnos premiados. Este año ya son 256 voluntarios, más de 600 donantes y se ha premiado a 76 alumnos.

Operan desde el concepto de “cadena de favores”, por lo que, en el caso de aceptar el premio, los jóvenes se deben comprometer a realizar alrededor de 50 horas de voluntariado por año. Además, se espera de ellos (aunque no se les obliga) que cuando terminen sus estudios ayuden a otros alumnos que se puedan encontrar en una situación similar. “Les decimos que no nos tienen que dar las gracias a nosotros, porque lo estamos haciendo en agradecimiento a los valores y al apoyo que hemos recibido de nuestros padres, y con eso hemos cumplido nuestra deuda. Ellos, en el caso de tener una deuda, no es con nosotros, sino con los chavales que dentro de 20 o 30 años puedan necesitar una mano amiga. Es un tema de sostenibilidad”, asegura Alonso Gil.

Por la fundación han pasado muchos perfiles con un alto riesgo de exclusión social, como personas que crecieron en hogares de acogida, jóvenes cuyas familias llegaron a España en patera u otros pertenecientes al colectivo gitano, como uno de los premiados, que, aseguran, va camino de convertirse en el primer juez gitano del país.

Otro perfil destacado es el de Amina Ashkat, una joven que vino con 12 años a España junto a su madre y a su hermano desde Kazajistán. “Esta chica está ahora en 4º de carrera en la [Universidad] Carlos III [de Madrid] estudiando Ingeniería Física y ha creado una asociación que está presente en 40 países llamada Girls IN STEM (como se conoce a los estudios de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, por sus siglas en inglés), una organización sin ánimo de lucro cuyo objetivo es empoderar a niñas para que se unan a diversos campos de la ciencia, con más de 4.500 mujeres que ya han participado en sus actividades”, cuenta el presidente de Dádoris.

Requisitos que pide la fundación y recursos que ofrece

Estos premios están orientados a jóvenes que hayan cursado el Bachillerato en España, con talento y resultados brillantes (media de sobresaliente, rebasando el 9,5), ambición para acceder a estudios universitarios y centros de excelencia y cuyos ingresos familiares no rebasen el Umbral 1 de la Administración (alrededor de 5.500 euros de ingresos anuales por miembro de la unidad familiar). También podrían optar a ello, excepcionalmente, aquellos estudiantes que ya estén cursando una formación superior, que estén teniendo resultados excelentes, pero a los que les estén sobreviniendo situaciones económicas negativas que les estén impidiendo terminar sus estudios. La convocatoria para los siguientes premios se abrió el 3 noviembre y se cerrará a finales de febrero del año que viene.

Los premiados reciben hasta 9.000 euros al año (según el caso) para alojamiento, manutención, consumos domésticos, transporte, material académico requerido, etc., y otros recursos como un tutor (que atenderá sus necesidades académicas), un mentor (que le ayudará en su integración en el mundo universitario, le orientará y se encargará de su seguimiento y de darle apoyo), y formación complementaria (cursos de idiomas, Erasmus, prácticas, trabajo en compañías de primera categoría…).

“Hay chicos y chicas que proceden de familias desestructuradas o con problemas, y cualquier joven cuando tiene dificultades a donde recurre es a su familia o a su entorno. Pero aquí hay veces que la familia no es que no les quiera ayudar, sino que no puede. La mayoría de ellos son los primeros universitarios de su familia, por lo que no tienen referencias de este tipo. El tutor hace una labor de orientación”, explica Aurelio Medel Vicente, voluntario y tutor de la fundación. 

Una forma de romper ciclos de pobreza

Tras estudiar la carrera de Filosofía, Política y Economía en la Francisco Vitoria de Madrid, Anna Llano se encuentra trabajando en una consultoría, en el departamento de Sostenibilidad. Eligió esta carrera y este departamento porque, asegura, necesita tener un enfoque holístico del mundo. Su vida ha cambiado radicalmente. Le provoca “un sentimiento de injusticia horrible” que haya personas que no puedan acceder a un buen futuro por sus circunstancias económicas y, afirma, eso le sirve como impulso para contribuir ella también en las próximas décadas a mejorar esa situación: “Si me quedase solo en la rabia sería una persona triste toda mi vida, así que prefiero intentar aportar algo también”.

Mar Campos, tras elegir Derecho por considerarlo una “labor social” —una abogada, dice, cumple casi la función de “psicóloga” al solucionarle muchos quebraderos de cabeza a las familias—, y después de pasar por la Universidad de Oxford, se encuentra realizando el máster de acceso a la abogacía. Se imagina el futuro en un despacho internacional. Asegura que se siente privilegiada, ya que “las situaciones injustas se dan en muchas ocasiones”, y su voluntad es dar a conocer la fundación y seguir ayudando. Agradece la paz mental que ha podido tener durante la carrera, que le ha permitido disfrutarla “al 100%” al no haberse tenido que dedicar a la vez a trabajar para contribuir económicamente en su familia.

Alonso Gil recuerda una de las conversaciones que tuvo hace poco con algunos de los premiados que, asegura, resume el espíritu de Dádoris —nombre que proviene del sustantivo de “dar” en portugués (dador), creado por el poeta y ponedor de nombres Fernando Beltrán—: “El otro día les decía: ‘Llegará un momento en el que tendréis cuarenta años y muchas responsabilidades. A lo mejor ya estaréis pagando la hipoteca y tendréis un nivel de vida en el que os parecerá que ser socio del club de campo, jugar al golf, viajar, o la tarjeta oro, es algo esencial, y pensaréis que de dónde vais a sacar cien euros para ayudar. Bueno, ese será vuestro dilema: si queréis seguir ayudando o no. Pero en ese momento acordaos simplemente de cómo os sentisteis el día en el que os dijeron que ibais a poder seguir estudiando. Cuando alguien que no os conocía de nada os dijo: apostamos por vosotros’”.