Hoy en día nuestra forma de ligar, influenciada por las redes sociales y las apps de citas, ha buscado activamente acortar el tiempo de juego y pasar directamente al resultado ganador: «La experiencia en persona permite ese tira y afloja con comentarios y preguntas graciosas que se pierde por una aplicación»
Superados por las redes: por qué se hace tan raro (y tan difícil) usarlas en mitad de una tragedia
“This is called flirting, Amelia!” se convirtió hace unas semanas en el mantra de Internet. La publicación de la entrevista —o, mejor dicho, cita— de Amelia Dimoldenberg con Andrew Garfield en el programa Chicken Shop Date revolucionó las redes sociales, y cualquier persona crónicamente online se encontró repitiendo clips de su encuentro en bucle. El vídeo completo, que suma casi nueve millones de visualizaciones en YouTube (y se ha convertido en uno de los más vistos del canal de la cómica inglesa) es la culminación de los dos efímeros encuentros entre ambos, en los que ya se empezaba a mostrar su química. El primero, a finales de 2022, en la alfombra roja de los premios Man of the Year de GQ; y el segundo, en enero de 2023, durante los Globos de Oro.
Pero, ¿por qué parece que gran parte de los usuarios de Internet se obsesionaron con este vídeo —de poco más de once minutos— hasta el punto de crear fanarts como si se tratara del cartel de una comedia romántica o, incluso, publicar la entrevista en la plataforma Letterboxd para que la gente la calificara al igual que a cualquier otra película —aunque más tarde fuera borrada—? Exactamente por lo que dice Garfield en la entrevista: “This is called flirting!” [¡Esto es flirtear!]. Nos recuerda a una práctica que nos encanta y que, a día de hoy, se está perdiendo.
La muerte del amor en pantalla
Nos encontramos en un momento de pesimismo para el género de la comedia romántica. A pesar de los intentos —más o menos exitosos— por revivirla de películas como Cualquiera menos tú (protagonizada por Sydney Sweeney y Glen Powell) o la serie Nobody Wants This (con Adam Brody y Kristen Bell), las historias amorosas con las que nos encontramos hoy en día están llenas de clichés, son precipitadas e inverosímiles, o reproducen dinámicas patriarcales que nos han llevado a creer que el amor en pantalla ha muerto. Y, sin embargo, en medio de toda esta desilusión, la entrevista-cita entre Garfield y Dimoldenberg nos recordó cuánto nos gusta ver una conexión genuina entre dos personas en pantalla. Una relación que, además, se fue fraguando a ritmo lento.
Este es, de hecho, gran parte del éxito del vídeo: haber podido ser partícipes de esa tensión creciente generadora de deseo que esperas que culmine de alguna forma. “Lo vivimos como un proceso”, cuenta Irene (@mataraunlector en Instagram), quien reconoce que se obsesionó con la entrevista y con su conexión desde los encuentros en las alfombras rojas. “En sus primeras interacciones ya era como, ‘oh qué cuquis son’, y la entrevista fue como una forma de culminar la historia de amor”, explica.
Es interesante el viraje que van tomando nuestras concepciones del amor y de las relaciones. En un momento —el actual— en el que la culminación de una relación entre dos personas parece tener lugar en el momento que se besan o se produce el encuentro sexual, ver a Garfield y a Dimoldenberg nos recordó que puede existir algo mucho más atrayente que ese supuesto ‘final’, y es lo que se produce en el durante. Ya lo decía Carmen Martín Gaite al afirmar en sus Cuadernos de todo que “nada es paja en el amor bien llevado y nada interesa tanto como el proceso”.
Una sociedad acelerada que ya no sabe flirtear
En la película Challengers de Luca Guadagnino, el personaje de Zendaya compara el partido de tenis que acaba de jugar con su contrincante con una relación. “Durante quince segundos hemos jugado al tenis de verdad. Nos hemos entendido a la perfección. Y todos los que nos estaban viendo. Era como estar enamoradas. O como si no existiéramos. Hemos viajado juntas a un lugar precioso”, explica.
Esta definición podría aplicarse a lo que se espera de un encuentro amoroso (entendiéndolo como lo que surge entre una pareja o en otro tipo de relaciones): un peloteo discursivo en el que cada uno sabe recibir a la perfección la bola tirada por el otro y devolverla con gracia, de forma que no solo ellos, sino también quienes son testigos de esa conversación, pueden disfrutar. Sin embargo, hoy en día nuestra forma de ligar, influenciada por las redes sociales y las apps de citas, ha buscado activamente acortar el tiempo de juego y pasar directamente al resultado ganador.
Esto, que parece estar alineado con la forma en que la sociedad nos impulsa a vivir nuestro día a día —todo va acelerado y no hay tiempo que perder—, en realidad está mostrando que no es tan atractivo como parecía. Una encuesta publicada por Savanta en el año 2022 revelaba que la generación zeta cada vez está más cansada de las apps de citas y que el 21% de las personas solteras que buscan activamente pareja ya no usan las apps en las que en su día se registraron. ¿Por qué? El estudio también indica que hasta el 90% de las y los encuestados ha experimentado al menos una frustración al usar estas apps.
Hoy en día nuestra forma de ligar, influenciada por las redes sociales y las apps de citas, ha buscado activamente acortar el tiempo de juego y pasar directamente al resultado ganador
Y esta situación no es exclusiva de la generación zeta. La escritora y periodista Roisin Kiberd (1989) también reflexiona sobre esto en su ensayo Desconexión. Un viaje personal por internet (Alpha Decay), en el que cuenta cómo después de conocer en persona a un hombre con el que había ligado a través de una app —y con el que había pasado mucho tiempo chateando— se dio cuenta de eso que había entre ellos a través del chat ya no funcionaba en el plano físico, porque “sus interacciones se veían limitadas por los parámetros de la pantalla”. Es decir, sus ‘personalidades digitales’ parecían entenderse, pero cuando lo corporal entró en juego, ese atractivo que nos despierta la forma de caminar, gesticular, hablar y expresarse de una persona no surgió entre ellos.
Esa distancia que a veces surge entre nuestra forma de comunicarnos en un chat y en el mundo físico es una de las razones por las que Irene (@mataraunlector) asegura que “odia ligar en redes y en apps”. En su caso, dice, las apps de citas “no reflejan nada bien mi personalidad, creo que cuando me conoces en persona tengo un carácter que llama la atención y si solo me conoces por un chat es muy difícil pillarme la esencia”.
Algo similar le ocurre a Esther (@estthersaez en X), quien piensa que, a la hora de ligar, la experiencia en persona “permite ese tira y afloja con comentarios y preguntas graciosas que se pierde por una app. Te puedes reír delante de la pantalla, pero no es lo mismo que estar viendo los gestos y el lenguaje corporal de la otra persona”. Dos aspectos que son fundamentales a la hora de que una alguien te resulte atractivo y que influyen enormemente a la hora de que surja esa ‘conexión’ deseada.
La experiencia en persona permite ese tira y afloja con comentarios y preguntas graciosas que se pierde por una app. Te puedes reír delante de la pantalla, pero no es lo mismo que estar viendo los gestos y el lenguaje corporal de la otra persona
Las redes sociales y las apps de citas, por lo tanto, no solo están buscando acortar la experiencia, sino que nos están privando de vivir la experiencia completa del flirteo que, en la mayoría de ocasiones, es la más emocionante. Myriam Rodríguez del Real, investigadora y coautora —junto a Javier Correa Román— del ensayo Micropolítica del amor. Deseo, capitalismo y patriarcado (Punto de vista editores) explica que este hastío generalizado por las apps de citas y nuestra forma de ligar en Internet —deslizar a la derecha en un extenso catálogo de personas, dar un like como forma de llamar la atención o contestar un Stories— responde a “la sobreestimulación que caracteriza esta época de capitalismo tardío”.
Tenemos tanto donde elegir que esto, a su vez, resulta paralizante y nos dejamos llevar por un automatismo, alimentando eso que el sociólogo François Dubet denomina las “pasiones tristes”, es decir, el resentimiento, el desaliento, la ansiedad o la desorientación. Frente a este panorama de aceleración y sobreestimulación, la cita-entrevista de Chicken Shop Date nos ha recordado que el amor puede ser “un espacio de creación y conocimiento pausado, tranquilo, y colectivo”, dice la investigadora.
Además, su cita-entrevista también rompe con otra de las tendencias que ha impregnado el tonteo de Internet y lo ha llenado todo de ambigüedad, misterio y una inclinación al refuerzo intermitente, donde se debe ser “lo suficientemente misteriosa e interesante, pero al mismo tiempo no parecer que no se tiene nada de interés”. Un comportamiento que nos lleva a medir nuestras palabras o a aumentar los tiempos de espera para responder un mensaje, lo que acaba generando ansiedad e inseguridad. Sin embargo, lo atractivo de Amelia y Andrew es que dicen claramente “estamos tonteando, aquí hay química y no nos da miedo poner las cartas encima de la mesa”, apunta Rodríguez del Real.
Por todo ello, no es raro observar cómo van surgiendo tendencias con las que cada vez nos vamos alejando más de las apps de citas y con las que buscamos alternativas, ya sea apuntarnos a una actividad solo por conocer gente o colocar una piña del revés en tu carro de la compra, algo que, aunque sea anecdótico y cómico, demuestra ese deseo latente por recuperar el flirteo cuerpo a cuerpo.
Estamos deseando volver a ligar en persona, pero ahora el problema es que hay quienes ya no recuerden cómo hacerlo, y otros —los de la generación zeta— que directamente dieron el salto directo al tonteo cibernético y no conocen otra forma. Frente al acomodamiento y la celeridad a la que nos empujan las redes, el “this is called flirting, Amelia” de Andrew es una llamada a la creatividad que puede —y debe— surgir en las relaciones, sean estas amorosas o de amistad. Un tipo de creatividad que hace que no nos importe si al final del camino hay un beso o no, porque lo único que realmente deseamos es que siga la conversación.