Los festejos que romantizan y folklorizan con nostalgia un pasado sucio y esclavista, banalizando el sufrimiento y la violencia que sufrieron tantos congéneres nuestros, deberían dejar de celebrarse

En septiembre de 2004, la localidad catalana de Begur celebró su primera Feria de Indianos, un evento que se ha venido organizando anualmente hasta llegar, en 2024, a su XIX edición. Año tras año y durante un fin de semana, este pueblo de la Costa Brava se llena de actividades que festejan a aquellos indianos que durante el siglo XIX regresaron al municipio enriquecidos tras “hacer las Américas”. Begur se llena así de visitantes que multiplican por diez su población.

El exitoso ejemplo de su Feria de Indianos provocó que, por efecto imitación, otros seis municipios catalanes realizaran celebraciones similares, muchos de ellos agrupados además en una Xarxa de Municipis Indians de la costa catalana. Y sumado, además, a la creación reciente de dos Centros de Interpretación de Indianos o Americanos en Begur y Sant Pere de Ribes. Todo, todo, todo, financiado con dinero público y con una clara orientación a la promoción turística local más que a la divulgación histórica o patrimonial (basta mencionar que la vicepresidenta de la red es la representante en dicha asociación del Consorcio de Promoción Turística de la Costa del Maresme). 

Coincidiendo con la inauguración del Centro de Interpretación de Sant Pere de Ribes, un grupo de vecinos se manifestó criticando la idoneidad del equipamiento, así como la propia celebración de la figura de los indianos dado el carácter esclavista de muchos de ellos. Los municipios adheridos a la Xarxa hace años que enfrentan, de hecho, cuestionamientos similares. Unas críticas que han provocado que dos localidades (Vilanova i la Geltrú y Vilassar de Mar), así como el Distrito de Sant Andreu de Barcelona, hayan abandonado ese espacio. En medio de este conflicto de memorias cabe preguntarse: ¿hasta qué punto la esclavitud tuvo un carácter central en los procesos de enriquecimiento en tierras americanas de los indianos que son ensalzados en esas celebraciones?

Una monografía que estudió la emigración de Begur a América en el siglo XIX, escrita por Lluís Costa, demuestra que el 87% de los emigrantes de dicha localidad se dirigieron a Cuba, descrita metafóricamente por el autor como “la isla de los sueños”. Y otro libro escrito por César Yáñez, dedicado a analizar el conjunto de la emigración catalana a América, consigna unas conclusiones similares: Cuba fue el destino principal de los emigrantes catalanes que cruzaron el Atlántico con voluntad de enriquecerse y retornar. Está claro, por otro lado, que “la única base de la prosperidad cubana” fue, desde 1790 y durante prácticamente todo el siglo XIX, “el trabajo forzado africano”.

Por decirlo no con mis palabras, sino con las de un diario madrileño de la época: “los negros” –la forma generalmente utilizada para hablar de los esclavos– han sido, decía aquel periódico en 1860, el “elemento hasta ahora único y fecundo de la prosperidad cubana”. Y el mismo medio vinculaba un eventual fin de la esclavitud con la ruina económica cubana y, directamente, con las expectativas de quienes querían allí enriquecerse para regresar a Europa con sus fortunas: “Se consumará la ruina del opulento hacendado de hoy, y mientras el rico de mañana vuelve a Europa (…) a gozar de una fortuna granjeada a expensas de tanta prosperidad perdida, Cuba, la majestuosa reina de las Antillas (…), el gran centro vivificador de nuestro comercio, de nuestra navegación y de nuestra importancia, se habrá convertido en un desierto”.

No hay discusión posible: la base de la prosperidad de todos los indianos catalanes enriquecidos en Cuba –y festejados en las Ferias de Indianos– reposó sobre el trabajo de los hombres y mujeres a quienes esclavizaron, hubieran nacido en África o en Cuba. Baste repasar la producción bibliográfica de tantos y tantas historiadores e historiadoras. Parece, pues, obvio y evidente que en la celebración del “hecho indiano” la esclavitud no debe considerarse como un elemento marginal, que apenas merezca unas pocas referencias colaterales, sino que debería haberse tratado como un elemento absolutamente central.

No obstante, las diversas Ferias de Indianos, los Centros de Interpretación de Sant Pere de Ribes y de Begur, inaugurados recientemente, así como la mayor parte de las actividades impulsadas por la Xarxa de Municipis Indians, aunque no nieguen explícitamente la existencia de la esclavitud en el trasfondo del “hecho indiano”, se empeñan en minimizar su importancia y, lo que es peor, a veces en ocultarla y siempre en banalizarla.

La celebración que se realiza desde 2004 en diferentes localidades catalanas de la figura de los indianos festeja las trayectorias de unos individuos que, en su mayoría, se enriquecieron como esclavistas en el seno de una sociedad –y de una economía– esclavista como fue la cubana. Una afirmación que podría hacerse extensiva a quienes se enriquecieron en Puerto Rico. Hablamos de unas celebraciones que festejan, aunque lo disimulen, un pasado sucio, por utilizar la expresión sugerida por José Álvarez Junco.

Más aún, la nostalgia imperial y el blanqueamiento de la esclavitud característicos de las celebraciones y ferias de indianos se contraponen al espíritu, y a la letra también, del llamamiento realizado por la UNESCO hace ya treinta años, en 1994, al promover el programa mundial La ruta de las personas esclavizadas. Y si antes no tenían sentido dichas celebraciones, menos sentido tiene mantenerlas después de la aparición del movimiento del Black Lives Matter, que a todos nos interpela.

Las sociedades catalana y española son, de hecho, unas sociedades cada vez más diversas y plurales, y la definición de las políticas públicas de memoria debe atender a esa diversidad. Los festejos que, por el contrario, romantizan, folklorizan y celebran con nostalgia un pasado sucio y esclavista, banalizando el sufrimiento y la violencia que sufrieron tantos congéneres nuestros, deberían dejar de celebrarse para dar paso a otro tipo de celebraciones que atiendan a los valores democráticos y de respeto a los derechos humanos propios de la sociedad que muchos queremos construir, para nosotros y para nuestros hijos, en el presente y en el futuro.