Jorge Caurin ha conseguido recuperar su todoterreno y ponerlo a punto, a pesar de que fue sepultado durante la DANA, para ayudar a sus vecinos, repartir comida, productos de higiene y remolcar vehículos
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A simple vista podría parecer que el 4×4 de Jorge Caurin (32 años) es uno más de los coches que se han quedado inoperativos después de la riada. Pero su dueño ha conseguido recuperarlo y ponerlo a punto para ayudar en la reconstrucción diaria de Benetússer, un pueblo situado a cinco kilómetros de València y que todavía está recuperándose de los daños provocados por la DANA.
Entre camiones de bomberos, furgonetas del Ejército y coches de la Cruz Roja o de otras organizaciones sociales, el 4×4 de Jorge ha conseguido hacerse un hueco en el tráfico de la ciudad repartiendo comida a familias y a personas mayores que viven solas, remolcando otros vehículos y transportando a voluntarios de un pueblo a otro, en un momento en el que la circulación y los desplazamientos en coches privados siguen siendo muy excepcionales.
El vehículo fue sepultado por la riada. Su dueño cuenta que el bajo en el que estaba aparcado el agua alcanzó los dos metros de altura la noche del 29 de octubre. Aunque han pasado 14 días desde la catástrofe, parece complicado que en la tapicería del coche pueda desaparecer en algún momento el rastro de la DANA. El coche sigue lleno de barro. Hay arena en las alfombrillas, los pedales, el volante y los retrovisores. Los asientos están cubiertos con bolsas de basura para evitar que su conductor y los vecinos que le acompañan en sus viajes se manchen aún más.
Volante del coche de Jorge
Un mecánico amigo de Jorge le ayudó a revivir el motor. “Desmontó y limpió bujías e inyectores. Lo puso a tono. Cambió el aceite, probaron a arrancarlo y después de dos días el coche arrancó y hasta hoy”, recuerda este vecino de Benetússer este martes mientras realiza portes y transporta comida de un lado a otro del pueblo.
Más de 240 euros en gasolina
El 4×4 revivió el 1 de noviembre y desde entonces no ha parado. “Lo primero que hice fue sacar el todoterreno que se quedó hundido del amigo que me arregló el coche”, relata. Jorge ha cambiado las clases de Educación Física que daba en un instituto de la zona hasta el mismo día de la DANA por los viajes que realiza diariamente en su vehículo. Está operativo de sol a sol, aunque alguna noche también ha organizado patrullas vecinales para evitar saqueos en comercios y bajos del municipio. Cuenta que lleva gastados más de 240 euros en gasolina.
“Tenemos un chute de adrenalina que hace que nos mantengamos de pie y despiertos”, reseña Borja, un vecino de Jorge, que le acompaña en todos sus viajes desde el primer día tras la riada. “Y activos”, añade el dueño del 4×4, que subraya que durante los primeros días su coche le permitía llegar “a sitios donde las furgonetas y coches con ruedas planas no llegaban”. “Podíamos acceder a casas cubiertas por el lodo. En Catarroja había un palmo y medio de barro, si no ponías la tracción a las cuatro ruedas no pasabas ni por asomo”, explica este docente que es muy conocido en el municipio porque también da clases de percusión en Dolxaraina, una asociación musical de la zona.
Este martes, Jorge y Borja han entregado comida a varias familias y personas mayores. Nada más llegar a recoger las bolsas con alimentos, un grupo de voluntarios de Almería se han acercado a saludarles. Llevan una semana echando una mano en Benetússer y viviendo en el colegio Blasco Ibáñez, que se ha convertido en uno de los centros operativos de la zona donde duermen bomberos y voluntarios. En el centro educativo todavía no se han reanudado las clases y el patio está lleno de mesas en las que organizan las donaciones que reciben.
Allí estos dos vecinos de Benetússer comienzan la ruta. Ya han cargado en el remolque del 4×4 más de una decena de bolsas con comida perecedera, jabón y papel higiénico. A pocos metros del colegio, María José, una señora que ronda los 70 años y conoce al dueño del vehículo desde pequeño porque estudiaba con su hijo, le para. “¿A dónde va? Si yo se lo llevo a casa”, le pregunta el profesor de Educación Física, pensando que esta mujer ha salido a buscar comida porque pasea con unas bolsas en la mano. “A coger un poquito de vitaminas, a que me dé el sol”, le replica la señora, que señala que en casa tiene de todo, pero está un poco asustada por lo que ha visto en los medios y no sabe si puede utilizar el agua que sale del grifo.
La primera parada es una de las arterias de la ciudad. Allí, a pesar de que desde el centro educativo les han asegurado que hay una señora que no puede salir de casa y necesita la comida, no consiguen encontrarla. Abre la puerta una mujer joven que no ha hecho ningún pedido. En la segunda visita, sí que hay éxito. En este segundo intento, otra mujer, Dolores, abre la puerta en bata y zapatillas de estar por casa, dando las gracias a Borja que ha sido el encargado de subir la comida. Su vecina de descansillo abre la puerta al escuchar ruido y aprovecha la visita para preguntar a quién tiene que llamar para que a ella también le entreguen alimentos. Le cuentan que todo está centralizado en el colegio público.
El coche y el remolque de Jorge que transporta comida para vecinos
Todos los edificios tienen los portales abiertos, en algunos la riada se llevó las puertas y los cristales. Ninguno de los que visita esta cuadrilla vecinal tiene operativo el ascensor. La nueva normalidad ya se ha apoderado de los descansillos, donde los vecinos de estas casas se han habituado a dejar fuera las botas altas de plástico que utilizan para andar por las calles de su municipio.
Tras varias vueltas por el municipio, varios saludos a alumnos que se han parado a hablar con Jorge y la entrega de las bolsas que les habían dado, estos dos vecinos del municipio vuelven a la base, así han denominado a las mesas que han colocado en un local que se encuentra debajo de su edificio y en el que organizan junto a inquilinos de su bloque un punto de entrega de productos de limpieza y de higiene. Han creado un grupo de WhatsApp para organizarse, se llaman ‘Los Vecinos’.
En este punto se encuentran todos los días. Siempre hay alguien. Se ha convertido en una forma de ayudar, pero también de apoyarse unos a otros. Aquí, hablan y están acompañados. Según cuentan, tres vecinos del bloque fallecieron la noche de la riada al intentar sacar los coches del garaje.
“A esas familias se les ha partido la vida”, recuerda emocionado Juan Carlos, también inquilino del bloque de la calle Horta, y que no ha parado su vida por la DANA. Sigue yendo a trabajar al otro lado del río, donde no se ha producido ningún daño. Allí pasó la noche del 29 de octubre porque su mujer le avisó de que no volviese a casa. Cada día, cuando vuelve a Benetússer y cruza el puente, se le saltan las lágrimas al ver las consecuencias de la catástrofe por la carretera. “El que no ha venido no sabe lo que hay aquí”, añade este vecino, que sigue yendo todas las tardes al almacén de hierros en el que lleva años trabajando.
Los vecinos de la zona que no han hecho frente a grandes pérdidas están intentando adaptarse a esta nueva situación. Benetússer intenta recomponerse tras la catástrofe mientras sus vecinos continúan quitando barro, los más afortunados han dejado a un lado las escobas y ya utilizan pistolas de agua a presión. Jorge circula entre voluntarios vestidos con Epis blancos, operarios con carretillas, cementerios de coches desguazados apilados, locales con persianas reventadas y excavadoras que siguen sacando lodo. Aún, con este escenario, este profesor prefiere estar en la calle. “Me siento extraño cuando llego a casa”, indica.