La población reclusa ha descendido en más de un 40%. Los neerlandeses son conscientes de que pasar un tiempo en la cárcel tiene más efectos perjudiciales que benéficos

Ayer fui a la monumental cárcel de Dome, en la ciudad holandesa de Haarlem, para ver una película. Inaugurada en 1901, esta enorme construcción de estilo panóptico se ha convertido en una de las más de 20 cárceles neerlandesas que han cerrado en los últimos diez años. No es la única prisión que ha terminado por servir para fines mucho más agradables. En este caso, un centro cultural.

En los últimos 20 años, la población reclusa de los Países Bajos se ha reducido en más de un 40%. Un modelo que el actual ministro británico de Prisiones, James Timpson, ha llamado una fuente de inspiración para su país. Al otro lado del espectro, el Reino Unido tiene la mayor tasa de encarcelamiento de Europa Occidental y está pasando por una crisis penitenciaria sin precedentes.

¿Qué puede aprender el mundo del sistema neerlandés? En primer lugar, que la reducción de la población reclusa no es el resultado de medidas recientes llevadas a cabo por políticos visionarios. Se debe, en gran parte, a los cambios que ha habido en el tipo de delitos que se denuncian y a la naturaleza de estos crímenes. 

En las últimas décadas el número de delitos violentos ha disminuido de manera notable en los Países Bajos, igual que en muchos otros países occidentales. Como me dijo Francis Pakes, un criminólogo neerlandés de la Universidad de Portsmouth que ha estudiado las razones de la disminución de reclusos en los Países Bajos, eso no significa necesariamente que haya menos delincuencia. “Hay menos delitos convencionales y violentos, como el asesinato; por otro lado, muchos de los delitos convencionales se han pasado a Internet y ahora son menos visibles, y es muy posible que haya un tipo de delincuencia organizada de la que vemos poco, pero a la policía y a los tribunales están llegando menos casos graves”, me dijo para explicar por qué ahora terminaba en la cárcel un número menor de personas.

Aunque los Países Bajos no tengan una política modelo fácilmente copiable por el resto del mundo, en la actitud general de los ciudadanos hacia el encarcelamiento puede haber alguna enseñanza. Según Pakes, los neerlandeses son mucho más conscientes de que pasar un tiempo en la cárcel tiene más efectos perjudiciales que benéficos. Durante un tiempo la sociedad se libra de un delincuente, pero son muchos los casos de personas que sencillamente retoman sus actividades delictivas al salir de prisión y, posiblemente, de una manera más despiadada tras la violencia del clima carcelario que han tenido que sobrevivir. Gracias a las relaciones construidas entre rejas, es posible también que lo hagan ampliando su red criminal.

Esto también es válido para penas más cortas, que pueden provocar un giro de 180 grados en la vida de la persona que comete un delito haciéndole perder su trabajo, su casa y su red social. Y no es muy común que una corta estancia en la cárcel te haga mejor persona.

Tras los excesos cometidos por los nazis durante la ocupación de la Segunda Guerra Mundial, los Países Bajos desarrollaron una cultura que evitaba las penas largas de prisión. Un enfoque diferente al de Gran Bretaña y Estados Unidos, donde muchos políticos defienden la imposición de penas más severas para presentarse como líderes fuertes. Este discurso también está comenzando ahora en los Países Bajos, a menudo pronunciado por políticos de derechas.

Es frecuente que los jueces británicos impongan penas que a los neerlandeses les parecen demasiado largas para el tipo de delitos menores que persiguen. En casos similares, los jueces de los Países Bajo suelen optar por imponer trabajos comunitarios o penas de prisión condicional. Según las investigaciones, este enfoque neerlandés es más barato y además reduce la probabilidad de reincidencia. 

Incluso en los casos en los que termina imponiéndose una pena de prisión, la duración de la condena por delitos menores como el robo ha ido disminuyendo de manera significativa en la última década, a la vez que aumentaba la duración de las condenas por delitos con violencia y por delitos sexuales.

Aunque esta actitud de los jueces neerlandeses no sea la razón del reciente descenso en la población reclusa, lo cierto es que los Países Bajos siempre han tenido una proporción de personas en prisión menor que Inglaterra, Gales, y sobre todo, Estados Unidos. Las condenas largas ejercen una presión enorme sobre el sistema penitenciario, lo que implica un coste abrumador para la sociedad. Si ese dinero se destinara a prevención podrían hacerse cosas maravillosas.

En cualquier caso, los Países Bajos tienen como mínimo un mensaje esperanzador para otros países: no hay que asumir que la única evolución posible en la población reclusa es tener cada vez más. 

Tampoco es necesariamente cierto que la sociedad sea más insegura cuando hay menos gente en las cárceles. A pesar del vaciamiento de sus prisiones, los neerlandeses pueden caminar seguros por la noche. La afirmación es especialmente cierta cuando se compara con el Reino Unido, con más incidentes delictivos y mayor preocupación por la criminalidad.

Además de fijarse en los Países Bajos, Timpson podría mirar también hacia el extraordinario sistema penitenciario de Noruega. En cárceles pequeñas y muy centradas en la reinserción, todo se ha pensado para hacer que la vida cotidiana transcurra con la mayor normalidad posible, logrando reclusos menos enfrentados con la sociedad. 

Para los ex presos de Noruega la integración es más fácil que para la persona que sale de una cárcel británica superpoblada y donde solo es posible salir de la celda 2 horas al día porque el personal no puede arreglárselas de otra manera. La transición al mundo exterior en estas condiciones puede ser extremadamente brusca, con casos de reincidencia dándose en los primeros días tras la puesta en libertad.

Se puede debatir sobre la conveniencia de aplicar sistemas de países poco poblados, como Noruega, en países grandes, como el Reino Unido. Pero lo que está claro es que el sistema británico ha alcanzado sus límites y que buscar un nuevo enfoque no es una frivolidad. James Timpson está dispuesto a hacerlo. En los Países Bajos nos interesará ver cuáles son sus planes.