He empezado a ver la serie que supuso un hito generacional 26 años después de su estreno. Sí, sus protagonistas son cuatro mujeres blancas, delgadas y canónicamente bellas, pero hay algo en sus rostros cada vez más improbable en pantalla: tienen arrugas, labios sin pinchar y dientes normales. Verla revela cómo han cambiado los cánones de belleza y cómo se han homogeneizado los rostros en el audiovisual en estas décadas

El (eterno) retorno del culto a la delgadez extrema

He empezado a ver Sexo en Nueva York. Sí, en 2024, 26 años después de su estreno en HBO, y 20 después de que acabase con gran éxito de público y crítica (como acreditan sus siete Emmy, sus ocho Globos de Oro, sus dos películas y su actual continuación, la ficción And just like that).

Realmente, nunca había visto ni siquiera un clip de la serie, algo absolutamente extraordinario para las mujeres que tengo alrededor, que no saben cómo he podido permanecer ajena a uno de los hitos televisivos más definitorios de principios del siglo XXI (yo tampoco). Eso quiere decir que no tengo nada con lo que comparar, nada que recordar: mis ojos llegan vírgenes al universo de Carrie Bradshaw y sus amigas, cuatro treintañeras blancas y solteras con buenos trabajos en Nueva York.

La primera vez, enciendo la pantalla y ahí está la intro de Sarah Jessica Parker (Carrie) con su icónico tutú, que acaba mojado cuando pasa un autobús y pisa un charco. Esa toma cuenta con una saturación y un contraste llamativos, por impropios de esta época semidesenfocada, en la que parece que todas las imágenes estuvieran pasadas por el filtro París (es decir, como tamizadas por un pañuelo de seda que suaviza cada escena, cada poro de la piel). En eso me estoy fijando cuando de pronto, me asombra un primer plano de la cara de Carrie. Y esa cara, amigas, por difícil que resulte de creer, tiene arrugas.

Hablo, claro, de arrugas de expresión, esas que salen cuando una gesticula, y que a veces se quedan ahí también cuando está quieta. Al fin y al cabo, Parker en ese momento tiene solo 32 años, de modo que el colágeno aún está haciendo su trabajo frente a la gravedad.

Conforme se suceden los capítulos de la primera temporada, la realidad de los rostros de estas mujeres me mantiene casi más ensimismada que las tramas. No solo tienen arrugas; tienen unos labios… ¡normales! Quiero decir que lucen los labios con los que probablemente vinieron al mundo, tras los que hay dientes no reflectantes ni gigantescos. Cuidados, evidentemente, pero de un tamaño y color nada llamativo ¿Y el pelo? Carrie exhibe una impresionante melena leonada, que gana en atractivo cuanto más libre y despeinada. Sí, ¡despeinada! ¡E incluso, a veces, sale con frizz!

Samantha, Miranda, Charlotte y Carrie, las cuatro protagonistas, me parecen hechizantes. Al mirarlas, siento que estas personas, durante años auténticos iconos de belleza, son de verdad; que, de alguna manera, podríamos ser yo y mis amigas –en una fantasía surrealista en la que tenemos dinero para comprarnos trajes de Chanel y zapatos de Manolo Blahnik, claro–. 

¿Por qué sus caras y sus melenas me llaman tanto la atención? Reflexiono: creo que es porque ya no se ven este tipo de rostros reales en los medios de comunicación. Y menos, en los productos mainstream destinados al consumo femenino y LGTBIQ+, como este. Pese a que el tono y la mayoría de los temas de Sexo en Nueva York resultan completamente pertinentes más de 25 años después –y a veces, incluso, novedosos–, la apariencia de sus protagonistas, aunque decididamente espectacular, resulta rarísima por ser tan… de verdad.

¿Por qué sus caras y sus melenas me llaman tanto la atención? Reflexiono: creo que es porque ya no se ven este tipo de rostros ‘reales’ en los medios de comunicación. Y menos, en los productos mainstream destinados al consumo femenino y LGTBIQ+

Consumo mucha ficción contemporánea, y me resulta difícil pensar en otro casting como este. Se me ocurre que Lena Dunham, escritora y protagonista de la serie Girls (otro hito generacional) podría ser lo más cercano, por mostrar con libertad un cuerpo que no entraría dentro de los rigidísimos cánones de belleza actuales. Pero la cara de Dunham y sus amigas, al final, entra dentro de otro estándar irrenunciable: la juventud. ¿Qué arrugas va a tener un grupo de chicas de 25 años?

“Y ahora, en la continuación que han hecho de Sexo en Nueva York, ¿tienen arrugas las protagonistas?”. Lo cuestiona Marichu Sanz, directora de casting (Segundo premio, La mujer dormida) con la que hablo por Zoom sobre este tema que me tiene fascinada. Y da en el clavo con la pregunta: efectivamente, ahora apenas tienen, casi se diría que sus rostros han involucionado. 

De hecho, la cara de Charlotte (Kristin Davis) en And just like that es justo lo que nadie consideraría raro en este siglo, lo que vemos por todas partes: esa belleza ubicua de mejillas acolchadas y labios esponjosos. La belleza de “la cara de Instagram”, tal y como la bautizó la periodista Jia Tolentino ya en 2019. 

“Es un rostro joven, por supuesto, con piel sin poros y pómulos prominentes y regordetes. Tiene ojos felinos y pestañas largas y caricaturescas; tiene una nariz pequeña y pulcra y labios carnosos y exuberantes (…) El rostro es claramente blanco, pero ambiguamente étnico: sugiere una composición de National Geographic que ilustra cómo lucirán los estadounidenses en 2050, si todos los estadounidenses del futuro fueran descendientes directos de Kim Kardashian West, Bella Hadid, Emily Ratajkowski y Kendall Jenner (que es exactamente igual que Emily Ratajkowski)”, escribe la periodista.


Las protagonistas de ‘Sexo en Nueva York’.

No, definitivamente, en Sexo en Nueva York nadie tiene esa cara. Pero en And Just Like That sí, y por ello se ha criticado compulsivamente a Davis, que ha acabado quitándose el bótox y el ácido hialurónico que se había inyectado para mostrarse de manera más natural. “Me he puesto rellenos y ha ido bien, y me he puesto rellenos y ha ido mal. He tenido que disolverlos y me han ridiculizado sin descanso. Y he llorado por ello. Es muy estresante”, explicaba la actriz en una entrevista para The Telegraph

En 1999 se llevaron a cabo en torno a 150.000 intervenciones de cirugía plástica poco invasiva en Estados Unidos, categoría en la que entrarían estos rellenos. En 2018, el número había superado los cuatro millones y medio, demostrando la prevalencia del proceso y, por tanto, de este tipo de rostro entre felino y cyborg.

Como la propia Davis indica, es difícil verse confrontada continuamente con la apariencia que una tenía de joven, especialmente, cuando trabajas en la industria del espectáculo. “Es un desafío recordar que no tienes que lucir así. Internet quiere que lo hagas, pero también quiere que no lo hagas”, indicaba.

Retoques desde la adolescencia

La presión estética es enorme cuando una no es rematadamente joven –una no puede ni ‘lucir demasiado joven’ ni ‘demasiado vieja’, en un equilibrio imposible en el que se está destinada a fallar–. Pero ahora hay algo más: hoy en día, la presión es enorme, simplemente, cuando una es: “Cuando selecciono actrices y actores jóvenes para trabajos dirigidos al gran público es común que me vengan muchos retocados. Ya no es solo algo de ellas: ellos también lo hacen”, explica Sanz.

Y lo hacen cada vez antes: según la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME), en 2012 los españoles empezaban a realizarse intervenciones a los 35 años. Es una edad que una década después, en 2022, bajó a los 20.

“Yo voy haciendo como un cajón de guapas clásicas y gente interesante. De lo que entendemos por ‘guapas clásicas’, yo me aburro muchísimo, porque es que son exactamente iguales: pelo larguísimo, labios tocados y ni una arruga, evidentemente. Muchas, porque no tienen ni edad de tener arrugas, aunque se retocan igualmente”, reconoce la profesional. Esto hace que sea muy difícil encontrar personas de 16 a 18 años que puedan interpretar papeles de niños y niñas, una medida habitual en el sector.

Según la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME), en 2012 los españoles empezaban a realizarse intervenciones a los 35 años. Es una edad que una década después, en 2022, bajó a los 20

De hecho, según Sanz, se está volviendo complicado encontrar niños y niñas que lo parezcan, incluso, cuando se pide explícitamente. “Hace poco estaba buscando una cría de entre nueve y diez años, y pedí fotos y vídeos. Cuando me llegaron, aluciné con el grado de sexualización al que las someten los padres, que son los que mandan las fotos”, recuerda la directora de casting. 

Sanz habla de maquillaje, de posturas impropias, de prendas adultas. “Si yo pido una niña es porque quiero una niña que juegue, que se tire al barro, que coja la bici. No quiero pequeñas mujeres”, apostilla. Y ambas recordamos los vídeos de las pequeñas arrasando en Sephora, mostrando en Internet sus imposibles rutinas de skin care. ¿Se puede ser una niña cuando se tiene acceso a TikTok e Instagram? ¿Se puede tener una cara real cuando lo que consumimos a todas horas son rostros alterados por los filtros de estas aplicaciones?

“¿Cuánto queda para que se le baje eso?”

Como directora de casting, Sanz tiende a trabajar con autores con una mirada propia. Lo demuestra su trabajo para directoras como la venezolana Patricia Ortega, nominada al Goya por Mamá Cruz. “Ella solo quiere gente que cumpla el paradigma feo, por decirlo de alguna manera”, explica Sanz. La profesional reconoce que existen dos tendencias en liza: la del cine de autor, que busca caras singulares, y la del cine mainstream, que busca físicos ‘ideales’.

De hecho, para la profesional es habitual hablar con los representantes de los intérpretes sobre cuánto queda para que ‘se les baje eso’, es decir, para que se pasen los efectos de los rellenos en las caras de actrices y actores y puedan resultar más naturales ante las cámaras. 

No obstante, en el caso de estrellas de sobra conocidas, como Nicole Kidman, esa ya no es una opción, pues no parecen dispuestas a mostrar un rostro envejecido bajo ningún concepto. “Es difícil renunciar a verse bien cuando hay herramientas para verse bien”, sentencia en conversación telefónica Isabel de Benito, presidenta de la Sociedad Española de Cirugía Estética Plástica y Reparadora (SECPRE). 

Cuando selecciono actrices y actores jóvenes para trabajos dirigidos al gran público es común que me vengan muchos retocados. Ya no es solo algo de ellas: ellos también lo hacen

Marichu Sanz
directora de casting

Kidman, sin embargo, ha sido muy criticada por sus alteraciones estéticas, pues la tendencia es mantener un aspecto juvenil para siempre… pero sin que se perciba ‘nada raro’ en tu cara. “Últimamente, vuelvo a ver un cambio hacia la naturalidad. Todo el mundo quiere intervenciones que no se noten tanto, que sean más parecidas a un aspecto normal”, indica la doctora, que apunta a la popularización de las técnicas poco invasivas, como los fillers, el bótox, o los “dispositivos que liberan energía” para lograr esa ‘normalidad’.

Conforme pasan las temporadas, las actrices de Sexo en Nueva York siguen siendo indudablemente bellas, aunque por supuesto acusen el paso del tiempo con pequeños pliegues, marcas en la zona de las ojeras… Que los estragos de los años se reflejen en su piel parece algo casi radical, teniendo en cuenta que interpretan a mujeres menores de 40. Hace unas semanas, por ejemplo, nos despertábamos con un vídeo casi distópico de Christina Aguilera actuando en Osaka, con una cara sin mácula más propia de sus apariciones en los medios con 20 años que con los 43 que en realidad ha cumplido. Y ¿quién se creería, viendo una foto de Madonna, que tiene 66?

Presión estética para ellas y para ellos

Los amantes masculinos de las protagonistas de Sexo en Nueva York, sin embargo, no esconden la edad que tienen, y lucen su físico con normalidad: pese a que existen varios ‘guapos estándar’, hay otros muchos actores que se muestran calvos, sin abdominales, con gafas, con los labios muy finos… Eso sí, por lo general, todos ostentan un nivel de vida alto, lo que les añade una capa de ‘atractivo’ que, según ciertas normas no escritas, los pone ‘a la altura’ de las protagonistas, propiciando el romance. 

Sucede, de hecho, algo curioso: al principio de la serie, estos amantes tienen un físico más bien anodino, resultando fácilmente olvidables. De hecho, la mayoría van vestidos igual, con trajes de colores tristes y más grandes de lo necesario. Sin embargo, conforme avanza la ficción, que abarca desde 1998 a 2004, los hombres también ganan en atractivo: están más fuertes, se visten mejor, son más ‘canónicamente guapos’. Esto, probablemente, tiene que ver con la propia concepción de la belleza masculina: no olvidemos que fue a principios de los años 2000 cuando se popularizó el término metrosexual, que aludía a un tipo de hombre por primera vez preocupado por cuidarse para aparecer como deseable ante los demás.

No obstante, ni en las últimas temporadas de Sexo en Nueva York el casting se parece al de otros productos culturales rompedores de los últimos años, como Élite, que, para Sanz, ha marcado un antes y un después en lo que se refiere al físico que se busca en la ficción contemporánea. “En esa serie no hay nadie feo”, asegura Sanz. “Es inclusiva en términos de identidad sexual, de género o de procedencia étnica, pero físicamente, no. No hay gordos, no hay gente normal, no hay ni una talla 40. Tú a esas personas no te las encuentras por la calle”, asegura la directora de casting.

En ‘Élite’ no hay nadie feo. Es inclusiva en términos de identidad sexual, de género o de procedencia étnica, pero físicamente, no. No hay gordos, no hay gente normal, no hay ni una talla 40. Tú a esas personas no te las encuentras por la calle

Marichu Sanz
directora de casting

Finalmente, parece que, en lugar de disminuir la presión estética sobre las mujeres, como llevan propugnando las pensadoras feministas desde hace años, lo que ha ocurrido es que se ha aumentado también sobre los hombres, en una perversa igualdad muy propia de las dinámicas capitalistas. No obstante, nosotras seguimos ‘ganando’, pues, según datos del SECPRE, las mujeres acumulan el 85% de las intervenciones de cirugía estética que se realizan en España, mientras que solo el 15% de los hombres se someten a ellas.


Fotograma de ‘Sexo en Nueva York’.

Una visión distinta de la cirugía

Sexo en Nueva York se caracteriza también por mostrar numerosas escenas de cama, y es habitual verle el pecho a Samantha (Kim Cattrall), Miranda (Cynthia Nixon) y Charlotte (Kristin Davis), las tres coprotagonistas (a Carrie –Parker– no, pues la actriz no quiso exponerse). Por difícil de creer que parezca, esos pechos, con los que lucen cada noche fabulosos vestidos para seducir a todo tipo de hombres en el exigente mercado de solteros de Nueva York, son reales.

¿Sería esto posible hoy? Veamos: solo en España, el número total de intervenciones de cirugía estética en 2021 ascendió a 204.510, con un incremento del 215% con respecto a 2014, según datos del SECPRE. Las intervenciones más realizadas en aquel 2021 fueron las relacionadas con la cirugía de la mama (52,6%), con el aumento de mamas con implante (27,6%) a la cabeza. Entre las actrices y famosas, en general, este tipo de operación es muy común, lo que hace que la visión de los pechos de las chicas de Sexo en Nueva York resulte todavía más extraordinario.

En uno de los capítulos, de hecho, Samantha decide ponerse “grasa de los glúteos en la cara”, pues se cruza con una conocida que la lleva. Después de hacerlo, le pregunta al cirujano qué más se podría arreglar, y este comienza a dibujarle con un rotulador rayas negras por absolutamente todo el cuerpo, marcando las zonas a ‘mejorar’. Samantha, que se caracteriza por estar muy segura de su físico, termina el capítulo mirando su reflejo pintarrajeado en el espejo, con rostro entristecido. 

Sin embargo, a mitad de la temporada 5 (emitida en 2002), se ve como el personaje va a ponerse bótox, un plan al que invita a sus amigas, sin éxito. “Pronto, lo hará todo el mundo”, predice. Y más tarde, frente a las nefastas consecuencias de un peeling químico, manifiesta: “Las mujeres no deberían esconderse por haberse hecho la cirugía estética cuando la sociedad prácticamente se lo exige”.

A mitad de la temporada 5 (emitida en 2002), se ve como el personaje de Samantha va a ponerse bótox, un plan al que invita a sus amigas, sin éxito. ‘Pronto, lo hará todo el mundo’, predice

Aunque Carrie hace algunas pequeñas bromas con el tamaño de su nariz al principio de la serie (que, como la de Barbara Streisand, es tan poco discreta como definitoria), en ningún momento se habla de que le suponga un complejo. Es más, la actriz luce una especie de verruga o lunar en el mentón durante todas las temporadas que, finalmente, se eliminó en 2008, mucho después de que acabase la ficción.

Incluso sabemos algo más de estas mujeres decididas y empoderadas: no se depilan la vulva. De hecho, hacerlo les parece algo completamente extraño y de ninguna manera deseable, tal y como se establece en varios capítulos. Hoy en día, llevar esta parte del cuerpo au naturel resulta, sin embargo, de lo más extraordinario, un gesto casi político. 

Entonces, ¿hemos avanzado… o todo lo contrario? Más allá de todo lo comentado, no podemos pasar por alto que la delgadez casi extrema de las protagonistas no resulta muy halagüeña –Carrie llega a decir que tiene una talla 32–. Eso sí, la actriz no luce ese cuerpo esquelético tan propio de la época, sino uno realmente muy fuerte. Resulta insólito que durante toda la serie se jacte de no hacer ejercicio, tanto como que las cuatro se pasen toda la serie comiendo y bebiendo con libertad, sin hacer alusión a dietas más que cuando Miranda coge peso tras su embarazo.


Miranda y Carrie en ‘Sexo en Nueva York’.

Hoy en día, el físico que perseguirían las solteras de Sexo en Nueva York sería aún más difícil de conseguir: de vientre plano, como el que lucen, pero con pecho y traseros bien voluminosos, labios carnosos y ni una sola arruga. Carrie, por ejemplo, iría al gimnasio, –algo que, por cierto, vemos a Miranda hacer–, pues ya ha caído el ‘estigma’ de que el ejercicio de fuerza es algo masculino, considerándose deseable para alcanzar una menopausia sana. 

Por supuesto, todas irían a retocarse la cara a menudo, pero sin que resultase nada evidente: solo para alcanzar una prístina lozanía eterna, un rostro perpetuamente veinteañero, unos rasgos que no envejecen. Una expresión congelada en el tiempo, que no dijera nada del pasado –¿qué pasado?–, borrando las líneas entre ‘lo joven’ y ‘lo viejo’, que, al final, es lo mismo que decir entre lo ‘relevante’ y lo ‘irrelevante’. Tendría sentido: en esta sociedad del swipe, del like, de la jubilación cada vez más lejana, ¿quién puede permitirse ser irrelevante?